Sé que resulta un poco extraño hablar ahora de algo así, pero es que tras una larga espera (el stress, la vida familiar y el cansancio acumulado), esta noche, por fin, he podido ver tranquilamente en el salón de mi casa el maravilloso documental «Senna», que recrea en imágenes la vida deportiva de uno de los mejores deportistas de la historia.

Cargado de documentación, mucha de ella inédita, con una realización impecable y, por descontado, en V.O, subtitulado, el documental nos narra desde su desembarco en la Fórmula 1,  en Toleman y su triunfal exhibición en aquel lluvioso GP de Mónaco un 3 de junio de 1984 hasta el día de su funeral, casi de Estado, en Sao Paulo el 4 de mayo de 1994.

En total y durante casi sus dos horas de duración -que se me pasaron volando- se hace un recorrido extenso sobre los 10 años que duró la exitosa aventura del brasileño en la alta competición, sus duelos a muerte con su archienemigo Alain Prost, sus cuitas con ese grandísimo farsante y dictadorzuelo de tercera llamado Jean-Marie Balestre, para acabar con su fatal accidente en aquella curva de Tamburello en Imola.

Pese a considerarme un buen aficionado a esto de la Fórmula 1, que seguía ya desde bien pequeñito con más pasión incluso que el fútbol, que ya es decir, he de confesar que este documental me ha descubierto infinidad de detalles, especialmente los humanos, que salpicaron la intensa vida del tricampeón carioca.

Resulta increíble verle rodar como rodaba bajo el agua, especialmente en aquellos rudimentarios planos subjetivos, trufados de interferencias, a bordo de aquel vetusto Toleman, ese mítico Lotus negro y dorado así como sus McLaren. Confieso que me llena de admiración ver cómo se podía conducir tan rápido, con esa cabeza vibrando como un sonajero. Y sorprende igualmente ver cómo este hombre era capaz de llevar unos monoplazas absolutamente ingobernables hasta extremos inimaginables, manejando con firmeza esos sencillos volantes forrados en piel vuelta, que se iban de un lado para otro, incluso con una mano, dado que la otra se tenía que ir constantemente a la palanca de cambios.

Pero resulta aún más sorprendente su sinceridad, su humildad y una cabeza extrañamente bien amueblada, demostrada prácticamente desde que dio el salto al Gran Circo en 1984, cuando ofreció al mundo toda una lección de pilotaje en mojado, como no se recordaba en la historia de este deporte, a bordo de aquel hierro rodante que era el Toleman TG183B. Una lección inédita, desde luego, a manos de un debutante en la categoría como lo era él y con un coche cuya competitividad causaría sonrojo hoy día.

El documental nos muestra un lado extraordinariamente desconocido de Ayrton Senna, el joven de familia acomodada pero sorprendentemente ambicioso, que se puso como meta ser algún día triunfar en la Fórmula 1 y que fue, día tras día, cumpliendo absolutamente todos sus objetivos, hasta convertirse por derecho propio, en una figura mundial, admirada  y respetada dentro y fuera de este deporte pero, al mismo tiempo, odiada profundamente por el stablishment de la época encabezado por ese personaje siniestro que fue Jean-Marie Balestre.

Resulta divertido y a la vez indignante ver cómo el sistema, montado por aquel entonces a la mayor gloria de Alain Prost y amparado por su compatriota, le privó injustamente de un título que había merecido ganar, como fue el de 1989, con aquel incidente con su entonces compañero en McLaren (y ya absolutamente irreconciliable enemigo) en el circuito japonés de Suzuka.

Sin embargo, la vida le permitió resarcirse al año siguiente en el mismo escenario, en una situación casi idéntica cuando otro accidente con los mismos protagonistas, le devolvió a Senna el entorchado que un año antes, una incalificable cacicada le había quitado.

Del mismo modo, se puede ver en el documental una serie de imágenes, generalmente briefings de pilotos en los que se ve cómo una y otra vez, el brasileño se convertía en la única voz que se atrevió a alzarse contra ese tiranuelo de tercera que era Balestre, con el que tuvo infinidad de encontronazos y que, pese a las trabas, en forma de decisiones arbitrarias, cambios de reglamentación y alguna que otra trapisonda, la Federación y su presidente no dudaron en poner en su camino hacia el éxito.

Por último, cabe hablar de la humanidad de un piloto que, pese a que sólo tuvo un accidente más o menos serio en su carrera, antes del fatídico accidente en Imola, no dudó en acercarse a visitar a un jovencísimo Rubens Barrichello, debutante aquel año 1994 en la categoría, cuando éste estuvo a un tris de morir en un brutal accidente en el más infausto Gran Premio jamás recordado, como fue aquel GP de San Marino, a caballo entre los meses de abril y mayo de 1994,

Y es que esa temporada vino marcada por el cambio radical en la reglamentación, que prohibía todo tipo de ayudas electrónicas en los monoplazas, así como por el rutilante fichaje del brasileño por el equipo Williams. Una escudería que venía de ganar brillantemente el título de fabricantes y el de pilotos en 1993, con Alain Prost a los mandos del Williams FW15C, famoso por la inclusión de incontables ayudas electrónicas -absolutamente novedosas para la época- como fueron el ABS, el ESP, la dirección asistida y un cambio semiautomático hidráulico, entre otras.

Había, pues, que empezar de cero ya que todo el desarrollo tecnológico montado entre 1992 y 1993, y que hizo de Williams un coche campeón, no servía ahora para nada y los pilotos tenían que hacer denodados esfuerzos para poder conducir unos coches prácticamente ingobernables y los accidentes se sucedieron durante los dos primeros Grandes Premios del año.

Ayrton Senna, a los mandos del Williams-Renault FW16

Sin embargo, nada hacía presagiar que esa tercera carrera del campeonato, a disputar en el circuito Dino y Enzo Ferrari de Imola se fuese a convertir en una de las más sangrientas celebradas hasta la fecha en la historia de la Fórmula 1 moderna ni que aquel infausto fin de semana supusiese, como lo fue, un punto de inflexión en todos los sentidos.

En este sentido, el documental nos presenta las últimas notas de la humanidad de Senna. Un Senna cada vez más preocupado por la seguridad de los pilotos y al que se le veía espeluznarse con ei no menos espeluznante accidente de Rubens Barrichello en la jornada de entrenamientos libres del viernes o que se desmoronaba, llorando como un crío, cuando veía en directo desde el paddock el accidente mortal del austríaco Roland Ratzenberger, el primer piloto en morir en carrera desde que en 1983 fallecía el italiano Ricardo Paletti, en el Circuito Gilles Villeneuve de Canadá.

Finaliza el documental con el fatídico accidente en el que se encontraba con su destino el aparentemente inmortal Ayrton Senna Da Silva, «Ayrton Senna Do Brasil», como le jaleaba el locutor que retransmitía las carreras para la televisión pública brasileña en sus primeros años.

Sin estridencias, sin recreaciones exageradas ni morbosas en el accidente, el entonces médico de los pilotos, el profesor Sid Watkins, amigo personal del brasileño, narra en breves palabras cómo fue el tránsito de la vida a la muerte de Senna y cómo, mientras yacía inerte sobre el asfalto de Imola, moría el piloto nacía de inmediato la leyenda. Una leyenda de proporciones inenarrables manifestada como no se recordaba en Brasil, a la llegada de sus restos mortales al país carioca, que a buen seguro habrían abrumado al propio piloto, especialmente vistas las muestras de fervor popular expresadas en su último adiós, en un funeral más propio de un Jefe de Estado que de un deportista de élite.

Unas conclusiones sobre la figura de Senna

Por este motivo, y tras analizar lo que pude ver así como lo que recordaba de aquella época, me planteo varias cuestiones:

1ª) ¿Se puede considerar a Ayrton Senna como el mejor piloto de la historia?

2ª) ¿Hasta dónde habría llegado el brasileño en el Olimpo de campeones mundiales?

2ª) ¿Qué habría sido de la Fórmula 1 actual?

La primera de las cuestiones tiene una difícil respuesta pues cada piloto hay que circunscribirlo en un contexto histórico correspondiente. Con los datos estadísticos en la mano, evidentemente, no. Antes que él, Juan Manuel Fangio era el indicustible número 1 mundial de todos los tiempos, tanto por el número de títulos mundiales ganados (5) como por victorias parciales en carrera (24). Y después de él, los números de Michael Schumacher son aún más abrumadores: siete títulos mundiales y 91 victorias.

Pero nadie discute que los tres títulos y dos subcampeonatos obtenidos por el brasileño en apenas 9 temporadas como profesional son de un valor prácticamente irrepetible, precisamente por encontrarse en una época histórica quizás memorable, tanto desde el punto de vista mecánico como del punto de vista del nivel de los rivales.

Es evidente que la competitividad (y la profesionalidad) que vivió el argentino Fangio en los 50 no es comparable con la vivida en aquellos locos 80 (y principios de los 90), en los que sólo las manos expertas de los mejores podían domesticar aquellas salvajes bestias de 800 y 900 CV. Era además una época en la que la igualdad entre los pilotos era tremenda y la pléyade de estrellas era amplísima (Nelson Piquet, Alain Prost, Nigel Mansell, Keke Rosberg, etc.) y varios fabricantes con un nivel parejo (McLaren, Williams, Ferrari, Lotus, etc.)

Senna, Prost, Mansell y Piquet, los cuatro grandes dominadores de la F1 entre los 80 y primeros años 90

Por tanto, sus aplastantes números le sitúan en un nivel sólo comparable al que, si todo sigue como debe, nos dejará Sebastian Vettel el día que se retire. Lograr tres campeonatos mundiales, 41 victorias, 65 poles y 19 vueltas rápidas en 161 carreras disputadas a lo largo de 9 temporadas son cifras difícilmente repetibles.

Justo lo contrario que se encontró Michael Schumacher en gran parte de sus años triunfantes, en los que salvo Mika Hakkinen y ya en su última etapa, Fernando Alonso fueron los únicos pilotos capaces de hacerle frente en cuanto a talento y potencial.

Por último, está el carisma personal del brasileño que, aun sufriendo en sus propias carnes un sistema podrido hasta el tuétano como era el que mantenía de forma dictatorial el francés Jean-Marie Balestre, capaz de cualquier decisión -por arbitraria que fuese- para mantener su poder y el de su mano derecha en la pista, el francés Alain Prost.

Sus memorables duelos a muerte (con ambos) y de los que, contra viento y marea, logró salir triunfante le granjearon una valoración extraordinaria desde el punto de vista personal por parte de sus compañeros en la pista, muchos de los cuales no se atrevían a alzar la voz contra Balestre y sus desmanes, con independencia de que luego, sobre el asfalto, demostrase un valor fuera de todo límite. Una rebeldía contra el sistema hasta ese momento inédita, especialmente en un campeón como él y que, años después, no hemos podido volver a encontrar en ningún piloto, especialmente de la élite.

Pero además en apenas un par de temporadas, su carácter abierto y espontáneo, así como generoso (dentro y fuera del asfalto) le aupó a la cima de la fama y del reconocimiento en su país, donde era un verdadero ídolo, más allá del deporte, en un Brasil devastado tanto desde el punto de vista social como en el económico, en aquellos terribles años 80 y 90.

Sobre hasta dónde habría llegado Senna en lo que a títulos se refiere, evidentemente, se trata de una cuestión imposible de responder, salvo si nos manejamos en el terreno de las hipótesis. Pero parece más que evidente que Senna, a sus 34 años y con tres títulos mundiales en su poder así como un incontable número de récords acumulados hasta la fecha, probablemente no habría aguantado mucho más en la alta competición. Es más, recuperando declaraciones suyas en aquella época, más bien todo apuntaba a que su futuro no iba a tener mucho más recorrido que un par de años más a lo sumo.

De este modo, muy probablemente, como mucho habría igualado a Alain Prost, su enemigo más directo dentro y fuera de las pistas pero, como dije antes, sus números ya le habían consagrado, por encima de que luego su muerte agrandase aún más su leyenda.

Sin embargo, lo que sí está claro es que su accidente obligó a replantear infinidad de cuestiones, sobre todo relativas a la seguridad activa y pasiva de coches, pilotos y sobre todo de circuitos. Aparte de por el innegable talento de Michael Schumacher, estoy más que convencido de que con la evolución -o mejor dicho «involución»- de los monoplazas, tratando de devolver el protagonismo a los pilotos, en detrimento de un protagonismo cada vez más decisivo de la tecnología, muy probablemente Ferrari jamás hubiera podido mandar con puño de hierro, al menos como lo hizo con el alemán entre finales de los 90 y principios de los 2000.

Esa especie de dictadura tecnológica, que sumada a la sequía de talentos que se produjo tras el fallecimiento del brasileño (salvo execpciones como Mika Hakkinen), incapaces de vencer a Michael Schumacher, llevó a la Fórmula 1 a un marasmo de reglamentaciones, cambios de formato y temporadas soberanamente aburridas que a punto estuvieron de matar la gallina de los huevos de oro que era (y afortunadamente aún es) el Gran Circo.

De la misma forma, tampoco habría habido la proliferación de estos circuitos tan absolutamente aburridos, aunque eso sí preciosos en cuanto a diseño, tan propios de la «factoría Tilke», en los que prácticamente se han erradicado los adelantamientos y han traído el sopor y el aburrimiento estos últimos años a la gran competición. Unos años de aburrimiento, salpicados últimamente de emoción por el advenimiento de una gran hornada de pilotos, encabezada por Fernando Alonso y Kimi Raikkönen y continuada por Hamilton, Button y sobre todo por Sebastian Vettel.

Estos pilotos, junto a algunos acertados cambios y mejoras incorporadas estos años a la reglamentación han devuelto al talento del ser humano el protagonismo sobre las máquinas, aunque de forma no tan decisiva como entonces, ya que, a diferencia de aquellos míticos 80, la tecnología y el dinero sean ahora una parte decisiva del éxito final.

Es más, pese al indudable salto de calidad dado en la categoría de los pilotos, resulta casi imposible comparar a Senna con ningún piloto hasta la fecha. Salvo Lewis Hamilton en la competitividad y el arrojo y Sebastian Vettel, quizás el mejor piloto sobre mojado que he visto desde el brasileño y cuyo futuro es igual de prometedor o más que el de Senna a sus años (no en vano Vettel atesora ya dos títulos con apenas 24 años, la edad que tenía el brasileño en su debut en la Fórmula 1), no he visto ni creo que vea jamás a nadie con la mezcla de talento, rapidez y, sobre todo la sed insaciable de victorias, el tesón y la fuerza mental del brasileño, al que le adjudican la paternidad de una máxima que, dicen, llevó consigo hasta el último de sus días: «El segundo es el primero de los perdedores».

En todo caso, sirva este modesto artículo como un homenaje más a la figura de un hombre que jamás se rindió y que luchó hasta las últimas consecuencias para defender aquello que pensaba y que, con su forma de ser y de pilotar, revolucionó la Fórmula 1.